lunes, 21 de enero de 2008

EL CALLEJON DE VICTOR LUQUES

Las noches Iqueñas son sumamente calurosas y oscuras, sobre todo en el barrio donde viví mi juventud, el cual por cierto quedaba a dos kilómetros del Poblado del Carmen, el camino era una vía arenosa y polvorienta rodeada de tierras de sembrío. Como se había de esperar, en aquel entonces no existía alumbrado público por la zona, lo que convertía el trayecto al pueblo en un camino lleno de penumbras en horas de la noche. Tal era la oscuridad que uno a veces no podía ver más allá de sus manos.

A la mitad de esté trayecto, hay una entrada a las chacras cercada por matorrales a la cual denominamos “El Callejón de Víctor Luques”, en honor al dueño de estos terrenos Don Víctor Luques. Nadie vivía por estos rumbos, pero a pesar de ello, el lugar era muy famoso porque había sido la cuna de innumerables historias de terror y espanto.

A través de estas historias muchos aseguraban haber sido testigos de apariciones sobrenaturales en este callejón, se contaban historias en donde se pintaban de cuerpo entero las apariciones de brujas, animales demoníacos y hasta del mismo demonio y toda la población conocía estos espeluznantes relatos.

Tal era el impacto de estas historias en la población, que los que pasaban por el callejón de Víctor Luques, en horas de la noche lo hacían rezando, corriendo a la máxima velocidad que pudieran darle sus piernas, con los ojos cerrados o hablando todo tipo de lisuras para darse valor y evitar así ser asustados. Lo cierto es que desde que uno sabía que tenía que pasar por este lugar ya se estremecía de miedo.

Debido al terrible calor en el barrio teníamos la costumbre de sentarnos a conversar e intercambiar todo tipo de historias en el frontis de nuestras viviendas hasta altas horas de la noche, en espera de que baje la temperatura para poder descansar placidamente.
Aproximadamente a las 11 de la noche de una de esas noches de charlas, fuimos interrumpidos por despavoridos gritos de pánico y desesperación, todos no volteamos a ver y vimos que era Don Avelino, uno de nuestros vecinos quien se acercaba corriendo entre tropiezos.
Nos llenó de temor la expresión de su rostro, tenía los ojos desorbitados, echaba espuma por la boca y reflejaba el miedo en cada centímetro de su rostro, ante nosotros estaba atravesando un shock nervioso.
Don Lucho, uno de nuestros vecinos logró sujetarlo del cuello de la camisa le dio unos buenos sacudones para calmarlo, luego le miro a los ojos y le dijo
- ¿Qué paso? ¿Qué ocurre?
Don Avelino Respondió.
- El muerto, en el callejón, déjenme.
- ¿Cuál Muerto? ¿De qué hablas? ¿Cuál callejón?- volvió a preguntar Luis
- En el callejón de Víctor Luques, hay un cajón de muerto, el muerto se levanta del cajón y luego se vuelve a echar y luego llora. – respondió con la voz quebradiza y balbuceante.
Semejante respuesta dejo desconcertados y temblando, a todos. Pero a pesar de todo pudo más la curiosidad que el temor.

Todos nos paramos a mirar desde donde estábamos y efectivamente se veía algo, se veía un cajón de muerto, todas las veinte personas que estábamos ahí lo vimos y en eso vimos que alguien se levantaba y al rato se volvía a echar en el cajón, todos fuimos testigos de tan macabro espectáculo que se repetía a cada instante. Rápidamente la noticia fue difundida al pueblo y en menos de una hora todos nos armamos de valor y sacamos escopetas, palos, linternas y nos fuimos a ver tal espanto.

Nos acercábamos con precaución, muy lentamente, a medida que nos acercábamos el temor y el nerviosismo aumentaba. En cada paso que dábamos se hacia mas notorio el féretro y el que se levantaba, esa noche corría viento y el aire silbaba, lo que le daba un toque tétrico a este escenario.
Invadidos por el temor nos detuvimos, todos veíamos lo que ocurría, todos teníamos en la mente lo que el vecino nos contó y todos veíamos lo mismo.
El callejón estaba tan abarrotado de curiosos que produjo que el viento dejara de soplar por este lugar, el muerto ya no se levantaba, por tal motivo nos acercamos más.

Cuando el temor se estaba apoderando de los que encabezábamos la movilización nos detuvimos, pero la multitud de curiosos atrás nuestro seguía avanzando, y nos vimos obligados a seguir caminando. Ya ha unos pocos pasos del feretro lo apuntamos con nuestras linternas y de pronto nuestros ojos fueron abiertos.

Lo que nos había dicho que era un cajón de muerto no era si no, un tronco de un árbol que habían botado en la tarde de ese día y el muerto que se levantaba y se volvía a echar era una gran bolsa de plástico blanca que se había atorado en el tronco y con el aire se alzaba y cuando dejaba de soplar caía.
(GRACIAS JUAN HUAMAN)

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