jueves, 25 de septiembre de 2008

ANECDOTA DE MEDIA NOCHE


Nos encontrábamos cansados, estresados por la rutina y el trabajo diario. Así que con un grupo de amigos decidimos realizar un viaje de aventura de fin de semana al norte del país; después de discutirlo por un rato acordamos que nuestro destino sería Chiclayo.
El caluroso departamento de Chiclayo nos recibió muy bien, pero no era suficiente, nuestras expectativas de descanzo y silencio absoluto eran más grandes, queríamos encontrar un lugar alejado, de apariencia rustica, donde el bullicio de la ciudad y la tecnología no nos alcancen.
Alquilamos una combi que nos transportara a un lugar alejado, un lugar al azar. Y sin dudarlo nos transportaron 42 kilómetros fuera de la ciudad de Chiclayo, exactamente al caserío de Pacora.

Parecia ser el sitio preciso y exacto que buscabamos, un lugar lleno de chacras, sembríos, naturaleza, polvo, tierra, casas de adobe y silencioso.

Rápidamente nos alquilamos una pequeña casa de paredes de adobe, una inmensa chacra en la parte trasera en donde se encontraba un pequeño taller totalmente vacio, muy peculiar. Pues tenía las ventanas tapiadas con ladrillos de adobe pero no tenía puerta.

Otra particularidad del lugar era que el grupo electrógeno que brindaba el fluido eléctrico al pueblo se apagaba a las 5 de la tarde. Al anochecer notamos que en el cielo no hay ninguna rastro de la luna, ni las estrellas, y sin fluido eléctrico el lugar se convertía en una zona de penumbras. Era difícil ver más allá de tu propia nariz.

Pero esto no fue impedimento para que entremos en la casa prendamos nuestros lamparines y en medio de la sala nos reunimos a tomar unos tragos del lugar que compramos en el camino.

Ya habían pasado varias horas, y tenía ganas de ir a miccionar, no quería ir sólo así que le pedí a mi gran amigo Lucho que me acompañe:
-¡Oe Ñato!, acompañe a orinar.
- Vamos pe, yo también tengo ganas, me contesto mientras se ponía de pie.
Salimos a la parte de atras donde estaba la chacra y el taller. No se podía ver nada.
_!carajo!, no veo nada acabo de hundir mis zapatos en tierra muerta -renegué
_Yo también, me contesto mi amigo.
Era difícil acostumbrar nuestra visión a semejante oscuridad, pero de pronto ocurrió algo inesperado.
Al estar acabando de orinar logro escuchar un sonido de pala, como si alguien estuviera haciendo un hoyo, levanto mi mirada al frente y mis ojos se clavan en el taller abandonado. Pude observar que de las ventanas tapiadas con mas adobe brotaba una luz resplandeciente que hacia parecer que la ventana tenía cortinas nuevas. Sin embargo de la entrada sin puerta no salía nada, casi no pude creer lo que vi, me espante tanto a tal punto que un escalofrió recorrió mi cuerpo erizando todos mis pelos.
Tome algo de fuerza y voltee la mirada hacía mi amigo para avisarle y el estaba igual no podíamos hablar ni movernos. Entonces de atrás nuestros demás compañeros nos gritaron -¿Qué hacen? ¿Tanto se demoran?- lo que nos permitió reaccionar y correr entre tropezones hacia dentro de la casa. Una vez adentro les contamos a todos sobre la luz amarilla que salía de aquel taller viejo y abandonado y del sonido como si escarbaran la tierra.
Nuestro relato causo tanto temor en los demás que sin casi pensarlo salimos de esa casa corriendo en medio de la oscuridad con las botellas de trago en nuestras manos y nuestros maletines al hombro.
Nos paramos en la carretera sin asfalto y polvo esperando un vehículo que nos regrese a la ciudad, al bullicio y la tecnología de la que venimos huyendo.
Al día siguiente el dueño nos contó que en aquel taller vivía una chiquita enfermita y le gustaba jugar a buscar oro por las noches, después de un tiempo la niña falleció en ese taller, allí la encontraron en el piso con su lamparín roto y una pala.

GRACIAS DAVID

lunes, 22 de septiembre de 2008

LOS 20 CÉNTIMOS


La tarde estaba fresca y lluviosa, en contraste con las primeras horas de la mañana, en donde un fuerte sol arreciaba la capital loretana. Como todos los días, hoy ha sido un día muy fatigoso y cansado por las múltiples labores que realizó.
Mi día comienza a las tres de la mañana, me levanto a realizar todas las labores de la casa y preparo mis implementos para el trabajo.
La comida es mi trabajo, prepararla es mi placer, pero complacer a mis asiduos comensales es mi deber.
Hoy me siento muy cansada, mas que de costumbre, creo que es por el embarazó, mis siete meses de embarazo me obligan a echarme una siesta algunas tardes, actividad a la que no estoy acostumbrada.
Mi hijo Bruno se encuentra Jugando en la sala y con ordenes estrictas de no salir a la calle mientras me encuentro descansando. A sus cinco años él es muy obediente y un buen muchacho.
Estoy recostada en mi cama y siento una presencia en mi habitación, ligeramente entreabro mis ojos sin inmutarme y veo que es mi pequeño hijo.
No sé que le ocurre, le notó extraño, esta entrando muy sigilosamente a mi habitación, antes de entrar se me acerca me mira y cree que sigo dormida, y continua caminando hacia mi cómoda.
Muy despacio abre el cajón que está mas cerca al suelo y lo usa como escalón, para poder alcanzar el cofre que se encuentra en la cima de dicho mueble.
Sin hacer casi ningún ruido abre el cofre y saca algo. No logro ver lo que es, pero es algo pequeño, luego lo esconde en sus bolsillos, para luego volver a cerrar el cofre y bajarse del cajón cerrarlo en un absoluto silencio y dejar todo como si nada hubiese ocurrido.
¡No puedo creerlo!, acabo de ver que mi hijo ha sacado algo de mi joyero sin mi consentimiento y no sé lo que es.
Decido esperar cinco minutos, para luego salir a averiguar que esta pasando.
Al salir a la sala, veo a Brunito, mi hijo, que se encuentra jugando con algo redondo y al verme se dirige con prisa hacia mi.
-¡Mamí!, ¡mami!, ¡mira lo que me encontré! -Me dijo mientras levantaba su mano derecha y me enseñaba una moneda de veinte centavos que sostenía entre sus pequeños dedos.
Mis dudas fueron disipadas, -eso era lo que saco de mi cofre, una minúscula moneda de veinte céntimos.- Pensé, pero no me preocupo el valor monetario de la moneda, sino porque mi pequeño me estaba mintiendo y peor aún me estaba robando.
Esta era mi oportunidad para enseñarle una lección y un valor de por vida, pero antes quise saber hasta donde llegaría con su engaño.
Así que mientras levantaba su mano para enseñarme su moneda, note que esta estaba sucia como si hubiera sido sacada de tierra húmeda.
Sin duda mi hijo al sacar la moneda del cofre la había ido a enterrar y ensuciar para hacer mas creíble su historia.
-¡Esto estaba llegando demasiado lejos -me dije dentro de mí.
Lo miré a los ojos y le dije: -¡Que suerte tienes!, ¿dónde te lo encontraste?
-Afuera. –respondió sin mirarme.
-¿Dónde dices?-le volví a preguntar.
-Afuera mamí. –me dijo esquivando mi mirada.
- ¿Con que afuera no! – le respondí irónicamente mientras decidí desenmascararlo.
Estoy convencida que a las personas se les educa y corrige desde chicos. Aunque me causó gracia lo que hizo Brunito, sé que esto podría trascender a algo mas grande de lo que me podría arrepentir y no estoy dispuesta a que esto ocurra, mucho menos con mi hijo, el ser que tanto quiero.
Así que lo mire fijamente a los ojos y le dije: -¿Así que te lo encontraste en la calle? ¿Y qué hacías en la calle si no tienes permiso de salir y tú no sales ni me desobedeces por nada del mundo?
Brunito me miraba anonadado, sorprendido y asustado.
- Tu me quieres engañar, pero no me vas a poder engañar, porque yo soy tu madre y nunca me vas a engañar.
Estas palabras retumbaron en los oídos de mi pequeño que estaba empezando a inundar sus ojos con lágrimas.
- Dime la verdad, tú has agarrado esta moneda de mi cofre que esta en mi cómoda, y lo has sacado al patio y ensuciado con tierra para hacerme creer que te lo has encontrado. ¿Si o no?
Brunito asintió con la cabeza, con su mirada triste.
- Hijo no vuelvas a hacer eso, porque lo que tu has hecho es robarme y eso no se hace eso esta mal. -Le reprendí.
- brunito no resistió mas sollozando se abalanzó a mis brazos, diciendo: -¡Perdóname mamá! ¡no sabía!, ¡no quise hacer eso!. -Correspondí a su abrazo y sentí que su arrepentimiento era genuino, tan genuino que nunca más lo volvió a hacer.

GRACIAS PAQUITA