martes, 10 de marzo de 2009

LA GENTE INVISIBLE


Estoy parado a media calle, perplejo, abrumado, incomodado por la multitud que le pasa por su costado, lo roza, lo esquiva, lo ignora. Algunos miran sin mirarlo, de reojo, de pasada pero no se inmutan, no se le acercan, no se conmueven, ni se impresionan. Parecen no advertir al pequeño humano que se ha dignado a parase en media calle con la esperanza de ser socorrido, ayudado, tomado en cuenta por aquella multitud indiferente, ciega e insensible. Acostumbrada a esquivarle a las desgracias ajenas y motivadas por su propio egoísmo no lo ven o no lo quieren ver. Por tal motivo su particular desgracia le ha hecho invisible a la masa.

He notado que tan sólo es un niño. El panorama es muy fuerte y su desgracia aún peor, ha sido protagonista de algo terrible, escalofriante y pavoroso, lleva las marcas de lo ocurrido en su piel. Sus manos y su rostro están desfigurados, las marcas de las quemaduras son muy profundas, las heridas ya están cicatrizadas pero las marcas son indelebles. En su pequeño rostro se aprecia una mirada tierna y a la vez vacía, casí seguro es por el golpe diario de la indiferencia que día a día lo castiga y al que por necesidad se ve sometido a afrontar. Sus labios casi han desaparecido dibujando una permanente sonrisa que muestra sus diminutos dientes de leche. Parece no tener parpados, sus globos oculares parecen querer salirse de su lugar, su rostro se ha convertido en una eterna mascara, una impresionante mueca horrible. Pero lo que más llama la atención es el desconsuelo que refleja su mirada.

¿Quién es él? Él es uno de los miles de denominados “la gente invisible”. A pesar del dolor y el drama que les tocó vivir. Nadie los ve, no se les acercan, no los apoyan, nadie les da una palmada de ánimo en su espalda y no los quieren, porque nadie quiere a quien no conoce.

Llevo ya un buen rato observando y sólo algunos pocos se han dignado a mirarlo y otros pocos se le han acercado a colaborarle.
Los hemos hecho invisibles, para no comprometernos porque somos indiferentes, despiadados e inclementes al dolor ajeno.
Hoy he pasado por la misma calle, mi paso a sido distraído, pensando en mis cosas, divagando en mis frivolidades. ¡No lo puedo creer! acabo de cruzar la calle y me doy cuenta que he pasado por su lado, lo he rosado, lo he esquivado, no me he inmutado con la presencia de aquel pobre niño. Lo he hecho invisible, y he caído en la cuenta de que si él es invisible yo me he convertido en un imbecil insensible.